“14 ¡Lanza gritos de alegría, hija de Sion! ¡Da gritos de victoria, Israel! ¡Regocíjate y alégrate de todo corazón, hija de Jerusalén! 15 El Señor te ha levantado el castigo; ha puesto en retirada a tus enemigos. El Señor, rey de Israel, está en medio de ti:16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sion, ni te desanimes,17 porque el Señor tu Dios, está en medio de ti como poderoso guerrero que salva. Se deleitará en ti con gozo, te renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos».18 «Yo te libraré de las tristezas, que son para ti una carga deshonrosa, 19 En aquel tiempo yo mismo me ocuparé de todos los que te oprimen; salvaré a la oveja que cojea y juntaré a la descarriada. Les daré fama y renombre en los países donde fueron avergonzados.20 En aquel tiempo yo los traeré; en aquel tiempo los reuniré. Daré a ustedes fama y renombre entre todos los pueblos de la tierra cuando yo los restaure ante sus mismos ojos». Así lo ha dicho el Señor.” (Sofonías 3:14-20)
A veces, es difícil captar el espíritu de la alegría navideña porque se siente muy lejos de la realidad. Tenemos roto el corazón, roto el cuerpo y roto el espíritu. Pudiera ser que sepamos intelectualmente que formamos parte de una historia mayor de restauración, una historia anticipada por los profetas de Israel y luego cantada en los cánticos alegres de los ángeles a aquellos pastores desconocidos.
La navidad es una historia de “y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad” (Lucas 2:14). Una en la que el miedo y la muerte ya no existirán. El juicio y la vergüenza serán eclipsados por el deleite. No habrá soledad. No habrá enfermedad. No más vergüenza. Es una historia a la que todos pertenecen.
Cuanto más nos damos cuenta de la diferencia entre lo que debería ser y lo que es, nuestra alegría navideña empequeñece al tamaño de una de esas esferas transparentes con “nieve” adentro que se agita con el movimiento. Ningún cielo baja.
Sin embargo, ¿Qué tal si la pequeñez de esa esfera de “nieve” totalmente perfecta, que de niños tanto nos gustaba, pudiera ser un pequeño símbolo de esperanza? En esa bola, vislumbramos un mundo
perfeccionado, una restauración que un día será completa, y un “todavía no” que Dios ha prometido atravesar.
Así que, entiéndelo la próxima vez que tengas que agitar esa bola de nieve. Observa cómo la nieve se asienta en la escena; recuerda que no estás solo. Dios te ve y te ama. No has sido olvidado. Dios está restaurándolo todo.
Acércanos a Ti, oh, Dios, y a la gran historia que nos recuerda que nuestras vidas ordinarias son materia de eternidad. Tú encajas cada uno de nuestros días para pequeños esfuerzos e interminables intentos de levantarnos, rehacernos de nuevo. En nuestros triunfos y vergüenzas, hay que repetirnos que no somos sólo problemas cotidianos. Somos una historia extraordinaria de amor. Amén.