“5 La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús,
6 quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. 7 Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. 8 Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:5-8)
Cristo es la imagen del amor de Dios. Al hacerse humano, “se hizo hombre y habitó entre nosotros.”
(Juan 1:14) Cuando veía sufrir a alguien, lloraba con él (Juan 11:33), acudía en su ayuda (Marcos 10:51). Hablaba con los olvidados e indigentes (Juan 4:7) y comía con los marginados (Mateo 9:10). No había nadie cuya enfermedad o condición lo hiciera inaccesible o intocable (Mateo 8:3). Este es el tipo
de compasión radical que dice: “No sólo te ayudo sino estoy contigo”.
La escritora estadounidense Annie Dillard escribe: “Así que una vez en Israel, el amor encarnado vino a nosotros y se paró en la puerta entre dos mundos, y todos tuvimos miedo.” 3
Tal vez tengamos miedo porque nadie nos había enseñado ni mostrado adecuadamente este amor perfecto. No nos sentimos preparados para ser plenamente vistos e igualmente conocidos. Pero ¿qué tal si, en el fondo, eso es lo que realmente queremos?: Ser amados de esta manera profunda, duradera y compasiva, y en retorno amar y ser amado de la misma manera.
A menudo se dice que, para entender a alguien, hay que caminar una milla en sus zapatos. Jesús vino
Para caminar en nuestros zapatos, Él aprendía a caminar como nosotros caminamos, sintiendo los mismos sentimientos y viviendo con la misma belleza, sufrimiento y pérdida. ¿Cómo este pensamiento
de “Cristo como persona con nosotros” hoy toca tu ser?
Oh, Dios, Tú bajaste a la tierra, humillándote pensando en mí. Dejaste ese espacio seguro del cielo para estar presente en mí. Para entender cómo me siento. Dios, Tú has estado ahí, donde yo estoy. Tú has sentido los mismos sentimientos míos. En este momento, quiero entregarte mis miedos y mis dudas.
Y aunque puede hacerme sentir solamente lo que estoy pasando, sé que no lo estoy porque Tú estás conmigo. Otras personas también han recorrido este camino antes. Ayúdame a encontrar a otros que puedan apoyarme o a quienes yo pueda apoyar en su camino, pasando esto juntos. Gracias por ser y estar siempre en mi equipo. Por la compasión que me muestras en medio de mi lucha. Amén.
3. Annie Dillard. Enseñar a hablar a una piedra: Expediciones y encuentros. (Nueva York: Harper Row, 1982). 141.
Martes 10 de diciembre
Jesús le respondió: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente —respondió Jesús—. 38 Este es el primero y el más importante de los mandamientos. 39 El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.” (Mateo 22:37-40)
La escala de la balanza o báscula en la que a nuestra cultura le encanta pesarse es Bien. Mejor. Mejor. Esa es la escala. Aunque Dios nos declaró como ser buenos en el Jardín del Edén (Génesis 1:31) no podíamos detenernos ahí. Debíamos tener más, conseguir más, hacer más, ser más. Hasta que un día, tal vez debido a una enfermedad, un dolor, una angustia mental, el agotamiento, o tal vez algo totalmente fuera de nuestro control, nos detenga. Cuando nuestro esfuerzo, nuestros intentos y nuestro afán se detengan, ¿qué quedará?
Lo cierto es que hemos olvidado (o quizás nunca nos hemos dado cuenta) de que primero fuimos creados en la bondad. Nunca hemos tenido que ganarnos el amor de Dios, porque en esencia y por Su creación, eres hijo o hija de Dios. Lo bueno en ti siempre ha sido obvio. Cristo reconoce que el dolor y el sufrimiento no son toda la historia en tu vida. Él ve bondad en nosotros junto a cualquier adicción, diagnóstico o drama familiar con el que luchemos. Así que, desenganchémonos de esas ideas de ser buenos, mejores, los mejores, y aceptémonos con ser lo suficientemente buenos, ¿de acuerdo?
Oh, Dios, cuando el mundo es ruidoso, con sus enjuiciamientos, ayúdame a recordar lo vergonzosamente amable que soy a Tus ojos. Acalla la vergüenza, la duda y el odio hacia mí misma. Estoy lista para sentir amor de nuevo. Amén