Martes 10 de Diciembre

Jesús le respondió: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente —respondió Jesús—. 38 Este es el primero y el más importante de los mandamientos. 39 El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.” (Mateo 22:37-40)

La escala de la balanza o báscula en la que a nuestra cultura le encanta pesarse es Bien. Mejor. Mejor. Esa es la escala. Aunque Dios nos declaró como ser buenos en el Jardín del Edén (Génesis 1:31) no podíamos detenernos ahí. Debíamos tener más, conseguir más, hacer más, ser más. Hasta que un día, tal vez debido a una enfermedad, un dolor, una angustia mental, el agotamiento, o tal vez algo totalmente fuera de nuestro control, nos detenga. Cuando nuestro esfuerzo, nuestros intentos y nuestro afán se detengan, ¿qué quedará?

Lo cierto es que hemos olvidado (o quizás nunca nos hemos dado cuenta) de que primero fuimos creados en la bondad. Nunca hemos tenido que ganarnos el amor de Dios, porque en esencia y por Su creación, eres hijo o hija de Dios. Lo bueno en ti siempre ha sido obvio. Cristo reconoce que el dolor y el sufrimiento no son toda la historia en tu vida. Él ve bondad en nosotros junto a cualquier adicción, diagnóstico o drama familiar con el que luchemos. Así que, desenganchémonos de esas ideas de ser buenos, mejores, los mejores, y aceptémonos con ser lo suficientemente buenos, ¿de acuerdo?

Oh, Dios, cuando el mundo es ruidoso, con sus enjuiciamientos, ayúdame a recordar lo vergonzosamente amable que soy a Tus ojos. Acalla la vergüenza, la duda y el odio hacia mí misma. Estoy lista para sentir amor de nuevo. Amén.